DE CUANDO YO ROMPÍ UN CONTRATO
Y NADIE ME DIJO NADA.
Doné mis óvulos un miércoles a
las 10 am.
Creo que ese día hacía frío o
mi cuerpo tenía frío.
Fui la quinta de las mujeres
donantes,
cuya edad variaba entre los 25
a 35 años.
Yo era la mayor y con menos
posibilidades,
según los estudios previos.
A los dos días el doctor llamó
para decirme:
Ganaste la lotería,
tus óvulos son muy buenos
y con eso puedes ayudar a
muchas familias.
Entonces imaginé a un pueblo
de hijos míos:
Vi a unos haciendo fila para
pagar en el banco,
vi a jóvenes atendiendo las tiendas
y uno de ellos, yendo a mi taller de poesía.
¡Momento!
Cómo es posible que
un hijo mío asista a mi taller
y no haya cenado en mi mesa
ni haya bebido de mi té.
No. No quiero ese pueblo.
No quiero tirar la piedra y
esconder la mano.
Sólo un hijo, por favor.
A las semanas, el bebé estaba
hecho.
Mujer, cómo está el niño.
Mujer, quiero verlo en un
ultrasonido.
Mujer, quiero llevarte los muebles
para su recámara.
Mujer, yo puedo ayudarte a
cuidarlo. Tengo tiempo los martes y jueves por la tarde, también algunos fines
de semana
Mujer, y si yo lo llevo a la
guardería, al kinder, a la universidad o al altar.
¿Mujer y si compartimos la
maternidad?
Hubo silencio,
pero a veces callar es
otorgar.
Es así como empezó mi búsqueda
en Google de nombres italianos
para niño.
Matteo, mi país te hubiera
agradado, sobre todo en verano.
Matteo, ábreme la puerta
cuando vaya a visitarte.
Me quedé con ganas de escucharte.
Me quedé con ganas de escucharte.