Madre, cuando me fui de tu sombra, le lloré a la tierra todo el
llanto con el que nací. Por debajo de mi camisa corría un riachuelo, lo supo la
nostalgia de mi piel sombría.
Nunca quise dejar la casa ni las miradas. Jamás volví a
encontrarlas en este lugar, pero al final
todo es por la fuerza de la costumbre, como dice Camus. Me acostumbré
como quien se acostumbra a estar a un centímetro del tren, a estar colgada de un hilo en la recámara fría
de un hospital, a ver pupilas femeninas y hallar porciones de una madre con otros nombres y atuendos y perfumes.
Toda partícula que hallaba, me devolvía tu mirada. Es cierto, me
hiciste falta, pero nunca quise abrir la boca para contártelo. Me faltó
hilvanar las oraciones. Me faltó la aguja.
Del libro Todavía la sangre