El llamado de la sangre



I

La sangre llama a través de la sombra y de la tierra. Grita desde lejos con sus pájaros peregrinos   y deja todo el miedo en la frente.
La sangre abruma, deja recintos inacabados.

II

¿Qué haré con tanta sangre?

Obedecer el llamado con los ojos moribundos.

Tapar el oído soberbio 

ó naufragar sin pedir explicaciones.


III

A lo lejos está una pocilga de  almas con gusanos.
Voy hacía ahí, pero no al Sur, más allá.

IV

Hacia donde voy está el hogar de mis  ancestros. ¿Cuál manía la de ir a molestarlos?
V

La casa está  en algún lugar que nadie recuerda, porque nadie volvió, ni Eva con su manzana y su desnudez, ni Adán  agarrándose del sexo en un terreno precario, lleno de vergüenza.

VI

Ha llegado la hora  del juicio. Hay que extender los pies y cruzar las manos  en un cofre. Nunca gritar que somos culpables porque nadie se va limpio. La suciedad viene del origen y nadie ha podido hacer nada, ni siquiera el Hijo que se baña en aguas santas.
Ha llegado la hora del olvido.  Hay que borrar a todos de la mente y después a uno mismo  para yacer en armonía. Nunca decir que no cargamos a nadie  en los hombros porque nadie se va solo. Siempre hay alguien  en la  espalda.

VII

Fugaz es la estancia.
Venir a echar un vistazo
y nada más.

VIII

Tengo que irme
(no sé a dónde)
a escudriñar el viento
que  trae la miseria a los dedos.
Irse con  el plomo en las espaldas
la basura en  la mirada
y con la apariencia de una setentona
que  llora la  sangre original.
Tengo  que irme
(tal vez allá)
al fondo de la peste.
Ir con la lengua doblada
y esperar que un  grito
                        sólo un grito
me llame de regreso.

IX

Que tú morirás eso ya lo sé,
lo  he aprendido en la escuela.
(Siempre es bueno saber lo que no se debe)
Que yo tendré miedo eso lo saben todos
y está oculto en sus bocas
(Siempre es bueno admitirlo)
Si acaso se me caen los  cabellos
haré trenzas para ir a visitarte.
Que tú morirás, eso ya lo sé.
La gente nace con ese primer recuerdo.

X

Yo tengo de tu carne la memoria
fragmento  del desierto.
De nada sirve tener olfato
para uno mismo.
La vida es tan pobre
que no ha hecho otra cosa
que patearme en el trasero
la osamenta de los días.
Pero ¿A quién le importa
la voz chillona que tengo de mi madre?

XI
Este viaje aniquila la geometría del cuerpo. No ofrezco el alma porque ya está vendida al Padre. Tengo sólo el espasmo y una plegaria para morir decentemente.

XII

Todos han  muerto a la derecha del Padre, yo no soy la excepción.
Ya era el turno de no ver hacia atrás y de soltar el llanto  en la despedida más triste.

XIII

La muerte festeja en la punta de la nariz
y  extirpa cualquier recuerdo.

XIV

Me fui desprovista de un Dios que yace en la boca del planeta.
Del   otro lado la vida es más extensa. De este lado la vida es del tamaño de un dedo.